19 mars 2008

A bientôt… et souvenirs marocains






¿Ya se pelaron y cortaron las plantas? Recuerden que es San José. Por esta misma época, hace apenas tres primaveras, estaba en Marraquech. Fue un viaje maravilloso por el Sur de Marruecos – tal vez el lugar donde mejor se coma en el mundo – del que salió mi poemario Lumbres veladas del Sur. La Plaza de Jemaa-el-Fná es única en el planeta. Tanto es así que Juan Goytisolo batalló para que la UNESCO la declarara Patrimonio Oral de la Humanidad y lo logró en 2001. Y es que Jemaa-el-Fna todavía vive en pleno siglo XXI al ritmo de las ferias y de los juglares que existían en la Europa medieval y de los que ya no queda nada desde hace siglos en sitio alguno. Allí lo mismo pasa alguien con serpientes y monos en el cuello, que un juglar cuenta a Borges en marroquí, que se come al aire libre, se compran productos insospechados, una gitana nos lee la mano, otra nos pinta con henné (alheña), los gnaouas tocan sus instrumentos de la época de los esclavos o nos recogen… en camello para llevarnos al desierto. La luz es mágica y cambia como un caleidoscopio según la hora del día y la afluencia de público. Jemaa es el corazón del Sur de Marruecos y desde ella se ven los Atlas coronados de nieve, la torre elegante de la Kutubia y reina una confusión absoluta de cantos, voces, rezos, olores y colores. De más está que diga que es uno de los sitios más alucinantes del mundo y entre mis cinco preferidos también.
Les dejo un poema que escribí sentado, como en un "paquebot" en la terraza del Café de France (institución de reminiscencia colonial) con vista a la plaza. Halka en árabe significa la disposición de las personas cuando se ponen en círculo para vender o escuchar algo. Yo le comentaba a mi amiga Mar Arroyo (que aparece en la calesa recorriendo conmigo las murallas de Marraquech) y con quien viajé en esa ocasión, que tal parecía, viendo aquel maremágnum desde la terraza, que estuviéramos bajo efectos alucinógenos. La djillabah que llevo puesta se la compré a un vendedor nonagenario en el zoco de Smarine. Y es el mejor remedio contra el frío nocturno del desierto. Nuestros abrigos para inviernos europeos no sirven de nada pues se cuela el frío hasta por los ojales. La djillabah aunque un poco incómoda para correr (en caso de necesidad) y práctica en otras circunstancias, es una coraza de lana perfecta contra la inclemencia del tiempo. El gran zoco de Marraquech, a partir de la plaza, es de los más laberínticos e interesantes del mundo oriental. Les dejo el poema y les digo… à bientôt…

EL GRAN HALKA
William Navarrete

a Juan Goytisolo,
salvador de la dulce albórbola
de Jemaa-el-Fná.


Teñida de rosa, apenas lista para las abluciones,
eres la novia de todos los hombres solitarios
y repartes amor – o lo vendes –
a quien quedó abandonado
en una de tus tardes nebulosas,
cuando la Kutubia, tu centinela ausente,
apenas puede amenazarte,
o cuando la voz del almocrí se apaga
ante el festín sagrado de los gnaouas,
ante el profano don de tus gitanas.

De rojo bermejo te me pones,
como las guerreras que ostentan la alheña,
si te contemplo, borrosa y agitada,
esconder de tu algazara las miradas
de tu ejido de cuerpos voluptuosos
bailando al compás de la humareda,
al amparo del miedo y de las dudas
que dejan tras las puertas de sus casas
para entregarse a ti, la fiel hermana,
para mirarse en ti como en sus lunas.

Hay quien te ha visto azul hipnotizado,
yo verde de ilusión que se desgrana
del relicario donde guardas los secretos
de la mujer descalza, del viejo enfermo,
del niño que encontró la monedilla
para llevar un frasco de hamamelis
como un hallazgo de tu entraña
que alivia el rostro sombrío de la espera
como esperan por ti los que se ausentan
de tu ritual de olores y quimeras.

Mas nadie podrá verte nunca negra
porque tu alma es una recompensa
al que a tus pies se rinde sin reservas,
y hasta la viuda del mago de las letras
oyó de ti al juglar de lengua extraña
contar su nombre y el espectro de Averroes,
como encontré en tu seno, ¡oh dulce plaza!,
el ungüento oloroso de mi infancia,
el recuerdo apotecario de la China
en su última morada de La Habana.

Marraquech, 2005.