18 août 2008

Sobre "La canopea del Louvre" / Herald / ayer

Sarah Moreno escribe en El Nuevo Herald (Artes y Letras), de ayer domingo, sobre nuestro libro La canopea del Louvre. En él seis relatos de ficción de Regina Ávila y seis míos, reconstruyen el imaginario de doce obras del Louvre escogidas según el gusto estético y preferencias de cada cual. Aquí les dejo lo que Sarah Moreno escribió. De parte ambos: gracias.

La canopea del Louvre: el arte reiventado
SARAH MORENO
Artes y Letras / El Nuevo Herald
Publicado el domingo, 17 de agosto del 2008

De noche, el Museo del Louvre es otro mundo. En el invierno del 2006, se inauguraron ''los nocturnos'', horario extendido que permite visitar el museo parisién hasta las 10:30 p.m. Armados con gemelos para distinguir los detalles de los cuadros, y más tranquilos sin el tumulto de turistas que invade las salas durante el día, William Navarrete y Regina Ávila, criaturas urbanas y profundos conocedores de París, acamparon en las intersecciones y pasillos donde se encuentran algunos de sus lienzos favoritos.

De espaldas a la sobrevalorada Mona Lisa, de Da Vinci, y de frente a otras obras menos conocidas, como Las bodas de Caná, de el Veronés, entablaron un diálogo con la pintura, para construir una historia en la que las palabras enriquecen la imagen.

De esas caminatas y paradas nace el libro La canopea del Louvre, publicado, en francés y español, a principios de este año por la editorial Aduana Vieja. Navarrete - historiador del arte, escritor y convencido posmodernista que pone en duda cualquier versión definitiva de la historia y de la imagen - y Avila - diplomada en Lenguas Modernas de la Universidad de Georgetown, hostelera, propietaria de restaurantes, y socia de una firma de decoración en Arabia Saudita, o ''perfecta cronopia'', como prefiere llamarse - son los autores ideales para un libro que combina arte, literatura e invención sin encerrarlos en un género definitivo.

Príncipes, mendigos, hilanderas, truhanes, guerreros, prestamistas, condottieri(mercenarios de las ciudades-estados italianas durante el Renacimiento), gitanas que dicen la buenaventura en medio del mercado y hasta un balsero cubano que planea ''salvarse'' de la ira de las corrientes subiéndose a La balsa de La Medusa, de Géricault, se mezclan en los 12 relatos-ensayos que nacen de cada uno de los seis cuadros escogidos por Navarrete y Ávila entre los miles que constituyen la ''canopea'' del Louvre, el Museo con mayúscula.

En las palabras introductorias al libro, "Invitación al vuelo", los autores explican el título comparando la canopea natural, entramado que forman las ramas de los árboles en las alturas de los bosques, con el cielo protector que ofrece el Museo a quienes se aventuran a recorrer sus laberintos y descubrir sus misterios.

Inspirada por el bello rostro del anónimo retratado, a quien llama ''el amante'', Ávila escogió El Condotiero, de Antonello da Messina. El interés de la autora por la reercanación se manifiesta en el relato Amado Quirón, que le inspira este cuadro. El condotiero y el centauro preceptor de Aquiles resultan ser la misma persona atravesando diferentes existencias. Algo parecido ocurre en La otra vida de Ascanio Sforza Rossi, donde Ávila concibe al joven de rasgos aristocráticos y a la gitana que lee el futuro en La buenaventura, de Caravaggio, como el mismo ser que recorre avatares a veces arropado como hombre y otras como mujer.

A partir de Guerrero oriental con arco, de Pier Francesco Mola, Avila escribe El príncipe árabe, una defensa del elegante extranjero retratado, que durante siglos había sido tildado de ''pirata'' por los xenófobos que habían escrito su historia. Escena de carnaval o El minué, de Tiepolo, le sirve de pie forzado para una reflexión sobre ''la agonía de la existencia'', en el ensayo del mismo nombre. En La encajera, de Vermeer, una plácida escena cotidiana desemboca en una defensa de los ancianos y su abandono en nuestra época.

El ensayo sobre Las bodas de Caná, de el Veronés, contiene dos ideas que podrían resumir el espíritu que recorre el libro: los cuadros, como Las mil y una noches, encierran las historias conocidas y por conocer. La otra idea, en palabras del Veronés, es la respuesta que el pintor ofreció ante el Tribunal de la Inquisición, donde se le reclamaba por las licencias que se tomó en La cena de Leví: ``Nosotros los pintores, como los poetas y locos, preferimos algunas
libertades''.

Navarrete, por su parte, también se subscribe a esas libertades, y en La sombra de Tarpeya, su versión de Las sabinas interponiéndose entre romanos y sabinos (Jacques-Louis David), elige como narradora a Hersilia, hija del rey sabino y esposa de Rómulo. En un giro que el mismo escritor califica de ''maquiavélico'', Hersilia comienza haciendo un llamado a la paz y "termina dispuesta a acabar con el mundo si alguien le roba al marido''.

En La muerte de Sardanápalo, de Delacroix, Navarrete descubre algo en sus lecturas de fondo de la historia de Mesopotamia: el protagonista del cuadro, el rey sibarita, no es Sardanápalo sino su hermano, Samas-Sum-Ukin, el ''vencido''. En El joven desposado, Navarrete se apoya en sus conocimientos de la historia del arte para desmentir a quienes especulan que el adolescente con estatuilla retratado por Bronzino es un escultor. Un artista nunca sostendría una de sus obras con tan poca firmeza; él es simplemente un noble florentino a quien el destino ha condenado a desposar a quien no ama. En El avaro de Amberes, inspirado por El prestamista y su mujer, de Quentin Metsys, también desafía la versión tradicional: la esposa aburrida ante el marido que cuenta sus monedas resulta ser una mujer religiosa que defiende sus creencias judaicas frente a la ''conveniente'' conversión al catolicismo que la somete la autoridad marital.

Para aquellos que consideran las pinacotecas como fríos salones donde se guarda el arte más extraordinario y también más distante e inalcanzable, La canopea del Louvre prueba que hay tantos cuadros como espectadores. Confinar la historia a los límites del lienzo es faltar a la libertad que prefería el Veronés.