21 févr. 2010

Hoy en El Nuevo Herald / Cueto, Cavafis

Hoy escribo para El Nuevo Herald sobre Cavafis y la traducción-edición de 21 de sus poemas por el también poeta Juan Cueto-Roig. Portada abajo.

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William Navarrete
Publicado el domingo, 21 de febrero del 2010
Regresar a Cavafis / W. Navarrete

De vuelta a Constantino Cavafis (1863-1933), el célebre poeta griego de Alejandría reivindicado por casi todos los escritores contemporáneos después de su muerte, esta vez de la mano del escritor cubano radicado en en el sur de la Florida Juan Cueto-Roig quien se atreve a prologar, traducir y publicar Veintiún poemas (Ultra Graphics Corporation, Miami, 2010).

Escueto y poco prolífico, Cavafis publicó sólo 154 poemas en vida y dejó inéditos unos cuantos más. La selección que en este nuevo libro se ofrece responde, supongo, al interés personal del compilador unido a un evidente criterio de unidad temática. Los veintiún poemas traducidos abren y cierran el ciclo estético soñado por el poeta griego de la diáspora. Más que la pertinencia de la traducción con respecto a otras realizadas a lo largo de las últimas décadas, lo que me interesa destacar es la manera en que este cúmulo de versos aporta el poemario que nunca llegó a publicar Cavafis en vida.

En estas circunstancias Cueto-Roig ha ofrecido al connotado poeta el libro que tal vez imaginó en una de esas lánguidas tardes de la populosa ciudad mediterránea de Egipto. Por eso, poco importa aquí si la traducción se ha realizado del inglés y no del griego original. Los puristas pondrán el grito en el cielo pero olvidarán seguramente que la Biblia -el libro más leído de todos los tiempos- fue traducido originalmente de la traducción latina conocida como "Vulgata" y no del arameo, el hebreo ni el griego, idiomas que constituían los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.

La lengua de Cavafis era en sí misma una lengua híbrida. El poeta había vivido en la ciudad inglesa de Liverpool tras la muerte de su padre en 1870. Su familia había emigrado de Constantinopla a Alejandría convirtiéndose en individuos de una diáspora que lo era ya antes de la última migración. De hecho, su escritura ostentaba connotados anglicismos, así como no pocos arcaísmos griegos que sobrevivían exclusivamente entre las comunidades griegas diseminadas por el Mediterráneo Oriental. Nadie mejor que la escritora Marguerite Yourcenar, responsable en gran medida del renombre de Cavafis en la segunda mitad del siglo XX, para explicar cómo esos arcaismos y "rarezas" del lenguaje del poeta contribuyeron a una musicalidad excepcional que ninguna traducción podrá ofrecer en su totalidad.

Los poemas escogidos por el editor y traductor de Veintiún poemas son aquellos de amores furtivos. Es un Cavafis siempre parco y misterioso en la medida en que sólo insinúa sus deseos o lo que ha sucedido. También es el helenista perfecto y muy sutil: las historias de la Grecia Antigua son todas marginales, sin relevancia, como esas historias de tabernas y hostales tugurientos en las que ebrio de humo y ebrio también ante la belleza del cuerpo humano, Cavafis soñaba con amores platónicos, mientras anotaba escrupulosamente en su cuaderno el nombre, la edad y los detalles de las curvas del cuerpo del efebo que acababa de conquistar.

En una terraza de café, en un salón de té o en las estancias sórdidas de un hostal, el poeta ve su vida pasar y teme a la vejez, a los estragos del tiempo, al momento en que para poseer un cuerpo joven tendrá que pagar. Tal vez sea la traducción como "bar" de este tipo de establecimiento omnipresente en la cultura oriental lo que menos me agrada del libro, que, por otra parte ofrece una cuidada edición cuyo papel y diseño resultan ideales para tan excepcional ocasión.

Como Kafka en Praga, Lezama en La Habana, Pesoa en Lisboa o Huysmans en París, Cavafis fue en vida funcionario de un lúgubre Ministerio de Estado, en Alejandría. Su poesía rehúye las tinieblas del trabajo cotidiano, pero el poeta clasifica y ordena todo lo que se relaciona con su propia vida y su obra de forma casi maníaca. Ante la desbordante naturaleza de sus congéneres, Cavafis reprime todo exceso y limita su lenguaje y recursos literarios a la mínima expresión. Ante el caos medioriental Cavafis ofrece una sobreactuada flema anglosajona que moldea su personalidad y le hace vivir un personaje irreal en medio de una ciudad tan decadente que ni siquiera aparece ya en los catálogos turísticos de su tiempo.

Todo esto lo ha entendido muy bien el poeta, como mismo lo ha comprendido Juan Cueto-Roig al colocar como colofón de su libro el poema Esperando a los bárbaros. Ambos poetas -Cueto también lo es-, comprendieron que son ellos la excepción y que los bárbaros han sido siempre necesarios. Que el mundo se mueve, crece y perdura, paradójicamente, gracias a la necesidad de imponerse y de vencer la barbarie. Sin la naturaleza salvaje y caótica, sin el salvajismo caótico del hombre, no tuvieran sentidos ni las religiones ni el humanismo. De esa mezcla de escepticismo, de esa semimueca ante la vida, de ese espectro de fría conciencia de lo efímero, de esa inteligencia sublime de saberse simple partícula de la Nada, nace la intención del editor de este libro, como nació también, en su tiempo, la sublime obra del poeta
alejandrino.

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Nota de hoy:
Después de haber recibido el libro (de manos de Cueto durante mi ultima estancia en Miami) y después de haber escrito y enviado el artículo, en conversación con el también escritor José Triana, comentando acerca de esta traducción, este ultimo me dijo que a su juicio lo que Cueto habia hecho era simplemente maravilloso y que para casi todos los poemas era la mejor traducción que habia leído.