1 nov. 2010

Les mystères de Lisbonne l'invisible / un no-film de Raúl Ruiz

Yo creo que hasta el afiche es confuso, prueba de que el diseñador echó también largos pestañazos.

"Los misterios de una Lisboa que no se ve por ninguna parte", debería ser el título de esta larguísima, aburrida y pedante película (¡otra!, exclamarían los que padecieron hace unos años el fracaso de Le temps retrouvé de Proust, igualmente echada a perder, por este mismo director chileno-portugués). Debo aclarar que la culpa fue mía pues me dejé embaucar por una amiga fan de Lisboa y sin ni siquiera indagar sobre el director de la misma caí en esta emboscada tremebunda. La película no sólo dura 4 horas y media (!!!) (compitiendo con la inmetible La guerra y la paz), sino que adolece de unas ñoñadas y unas historietas de nobles segundones franco-portugueses absolutamente patéticas. Eso sí: costar debe haber costado un pastón, pues las locaciones e indumentarias son perfectísimas. En cuanto a la fotografía digamos que es buena, pero la mejor foto que es la de la carroza atravesando un campillo de olivares y pasto verde nos la ponen hasta tres veces. Lo que no saben los que viven del otro lado del Atlántico es que en Europa el Estado se encarga de subvencionar a los creadores para que hagan bodrios como éste. Ignoro si ha sido el caso de esta película pero por el lujazo que significa hacer en estos tiempos tan fatua longaniza no es de dudar que las subvenciones le hayan caído del cielo. Desde que el cine europeo empezó a sufrir del cáncer de las subvenciones estatales cualquiera filma cualquier mierda y la presenta como película. Son pocos los que se las ingenian por sí solos y en realidad siempre son los más brillantes. Con ello tampoco estoy diciendo que ésta no sea una película. Lo es, sin dudas, pero malísima y, sobre todo, si se considera la falta de respeto que constituye en nuestros días tumbarle 4 horas de vida a un espectador ocupándolo con semejante payasada. Dios me libre de volver a ver en lo que me queda de vida otra película de Ruiz. En lo adelante habrá siempre un cartel en la entrada del cine cuando de él se trate. Un cartel invisible pero que sólo podré leer yo y que será el Verso 9, del Canto III del Infierno de Dante: "Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate" (Que pierda toda esperanza quien aquí entre). Y yo le pediré al barquero que me lleve a buen resguardo a la otra orilla.

Nota anecdótica: Mi amiga, a quien por pudor hacia ella y pundonor no mencionaré, estaba de los más entusiasmada al principio. Yo me di cuenta, enseguida, de que aquello era un clavo ardiendo y más cuando, espeleuznado, descubrí el nombre del director en los créditos iniciales. Recuerdo haberle dicho lacónicamente: Prepárate. Y ella, me responde: "Pues a mí me encanta porque no tengo que leer para entender lo que están diciendo". Y ante semejante flaquez de argumento yo que le respondo: "No es porque no tenga que leer la traducción de una película china, supongamos, que esa película me gustará". Final del cuento: a la hora y media mi amiga roncaba no tan plácidamente dado las protestas de los pocos espectadores que habían llegado hasta el minuto 180 de la peli.