4 janv. 2011

Conductores esquilmados - Miami y las arcas del Condado



Voy a comenzar el año (además de en donde más me gusta: a orillas del Mediterráneo) con algún que otro tema relacionado con mis sucesivos viajes en Miami. De la misma manera que unas vacaciones invernales en los Alpes nos obligan a llevar o a alquilar traje impermeable, esquíes, bastones, gafas antiUV, etc., una estancia de más de una semana en Miami significa bajarse del avión y alquilar un carro.

Miami es una ciudad turística en la que casi nada está pensado para el confort del visitante. A veces da la impresión de que existe un plan secreto (de parte de sus políticos y comisionados) para sabotear su economía (quién sabe si así logran mayores subvenciones federales) y mellar una de sus fuentes principales de ingresos: el turismo. En el afán de desplumar a quien caiga en su telaraña vial y de engrosar las siempre vacías arcas de los Ayuntamientos, lo mismo da que paguen residentes que turistas.

Entre los grueros de South Beach (literalmente a la caza de coches estacionados en los famosos lugares marcados por Tow Away, calculados y muchas veces innecesariamente prohibidos), la escasez de lotes para estacionar (mientras más pintoresco, léase art-deco, luzca el hotel de South Beach menos parqueo tiene), el incomprensible sistema de estacionamiento residencial con carteles escritos en un sistema numerario con lógica importada de la civilización sumeria protoarcaica), los parquímetros rotos que no lo exonerarán de pago así tenga que caminar cuadra y media buscando otro que funcione) y los excesivos precios de parqueadores, el turista, neófito o no, quedará puesto y convidado en lo que a alquiler de coches se refiere. Y al año siguiente le avisará que se encuentra en Santo Domingo, en Grecia o en Tailandia, feliz de pagar menos en todos los sentidos por la misma cantidad de sol.

Hay cierta ambigüedad en muchas de las señalizaciones y mucho de premeditación para que el conductor que no conoce el sistema caiga en la penalización por infracción. Cualquier turista ignora, por ejemplo, qué es el Sun Pass. Dicho y anunciado así, quien no es de la ciudad piensa que ése es el nombre que designa una carretera o tal vez el camino que lo llevará a alguna soleada playa. Unos amigos franceses cayeron dos veces (yendo y viniendo de Key West) con su carro de alquiler en las bandas de Sun Pass. Por supuesto, recibieron por notificación de la agencia de alquiler de coches sendas multas, cuando ya estaban de vuelta a Francia. Yo mismo, en varias ocasiones, al intentar pasar del Turnpike al 836 y viceversa, he tenido que dar marcha atrás (en plena autovía) para no seguir adentrándome en las bandas reservadas al SunPass. El error fue inducido (sopesadamente) por la manera en que sólo se anuncian en letras gigantescas las bandas del Sun Pass y no las públicas. El turista seguirá campante (ése no tendrá nunca salvación) pero el que como yo conoce el sistema y no lo practica a diario cree que ya se equivocó de carril y que ya no hay remedio. Lo que sucede es que mucho después volverán a anunciarnos los carriles públicos pero el tráfico o las sendas que nos separan de ellos nos impedirán alcanzarlos.

En el aeropuerto mismo (sin ir más lejos y deseando en ocasiones irse muy lejos), frente a la puerta de la salida de Air France, la entrada principal del parqueo está reservada exclusivamente para los que tienen Sun Pass. Si usted desconoce su significado entrará por ahí mismo pues al accionar el botoncito la barrera se levantará para que pase. En otros países (en Francia, por ejemplo) esa barrera sólo se levantaría si usted le presenta a la máquina o al lector óptico su tarjeta o su caja electrónica de Sun Pass. En Miami no. Allá se levanta para que usted (o cualquiera que esté entretenido) caiga en la trampa y tenga que pagar luego la infracción.

Este sistema de robo permanente al conductor ha sido premeditado. Se ha implementado de tal manera que el ciudadano, a menos que tenga tiempo y deseo de llevar el caso a la Corte (con lo cual seguirá inconscientemente alimentando el mismo sistema) caerá irremediablemente en la trampa, sin otra posibilidad que pagar después la infracción. Saben que conducir requiere de una toma de decisiones rápida, en general porque tenemos siempre a otro conductor que se impacienta detrás. En esos escasos minutos de duda, como en el bingo, está el margen humano de error que permite cubrir parte de los huecos de los desfalcos en las arcas públicas del Condado.

Nota : Seguiré contando experiencias miamenses de conductores esquilmados en próximos post.