24 avr. 2012

En El Nuevo Herald - Cuenca y Guayaquil

El Nuevo Herald, 24 de abril de 2012 / © William Navarrete

Hoy escribo en El Nuevo Herald la segunda parte de mi viaje el invierno pasado a Ecuador. Las fotos tomadas durante el viaje en el enlace del diario o en las entradas referentes a éste en los archivos de diciembre 2011, en el blog:


Cuenca y Guayaquil: polos opuestos y complementarios
Publicado el martes 24 de abril del 2012
© 2012 El Nuevo Herald. All Rights Reserved.

Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2012/04/22/v-print/1186593/cuenca-y-guayaquil-polos-opuestos.html#storylink=cpy

Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2012/04/22/v-print/1186593/cuenca-y-guayaquil-polos-opuestos.html#stor2012 El NUevo Herald. All Rights ReservedWilliam Navarrete
William Navarrete


Cuenca es serrana. La temperatura no pasa de los 25 °C. La antigua ciudad colonial es apacible, limpia y ordenada. Cuando comienza a oscurecer, sus calles se vacían y cesa prácticamente toda actividad. Sus monumentos son testigos del primer asentamiento europeo. Hoy día, Cuenca es uno de los destinos más apreciados del mundo por jubilados europeos y norteamericanos. Cunde una paz absoluta, un ambiente de respeto al medio ambiente y de las normas de civismo. Fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1999.

Guayaquil es costeña. El termómetro raras veces baja de los 25 °C. El clima tórrido y húmedo nos obliga a frecuentes pausas. La ciudad, a orillas del impetuoso río Guayas, es trepidante e intensa, ruidosa, incluso peligrosa. Cuando cesa la agitación comercial diurna comienzan a abrir los sitios para noctámbulos. En Guayaquil hay que estar atentos siempre, pues a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por las autoridades con vistas a erradicar la delincuencia - al menos en las zonas más turísticas -, los informes sobre robos y secuestros no escasean. En el pasado atacada por piratas y corsarios, sufrió no pocos terremotos e incendios. De su pasado colonial queda poco; del esplendor económico de principios del siglo XX, relacionado con la industria del cacao, menos.

Cuenca, como toda villa española trazada por las Ordenanzas de Indias, es cuadricular y crece en torno de la Plaza Mayor, llamada luego Parque Calderón. En el centro de éste se ven ocho grandes araucarias, traídas en 1865 desde Chile, por el presidente que da nombre al parque. Alrededor del Calderón, la Catedral Antigua y la Catedral Nueva o de la Inmaculada Concepción, son los dos edificios más significativos. La primera data de 1567 y atesora los frescos más antiguos de la ciudad. La segunda fue terminada en 1967 apenas y llevó más de un siglo construirla desde que se colocó la primera piedra en 1885. Asombra la majestuosidad de su espacio, su desnudez y la riqueza de mármoles que ornamentan el interior de las naves.

El asentamiento precolombino de Tomebamba ocupaba el sitio en que se desarrolló la ciudad colonial, actual capital de la provincia de Azuay, fundada en 1557 por Diego Hurtado de Mendoza. El Museo del Banco Central atesora una rica colección de etnografía y conserva en la parte trasera del edificio el sitio arqueológico en que se ven los cimientos de construcciones, murallas y terrazas cultivadas por los incas. En la parte baja del antiguo asentamiento el Museo ha reproducido el paisaje en que se desarrollaba la vida de los pobladores originales de la zona. Hay también en Cuenca un Museo de las Culturas Aborígenes. Es una institución privada que atesora las piezas precolombinas coleccionadas por el historiador y antiguo Ministro de Cultura, el profesor Juan Cordero Íñiguez.

Se habla de cierta similitud entre la Cuenca ecuatoriana y la ciudad homónima castellana. Esta idea se basa en que algunas de las construcciones que se encuentran en las márgenes del río Tomebamba recuerdan, en cierta medida, las casas colgantes de la villa española. El verdor y la pureza del clima hacen de esta parte de Cuenca un sitio que, por momentos, es comparable con determinados pueblos en los Alpes europeos.

No faltan aquí los edificios coloniales de valor arquitectónico e histórico. Entre ellos, el Monasterio de las Conceptas, fundado en 1599, se halla aún en manos de la orden religiosa y ha sido convertido en museo que exhibe, en salas situadas alrededor de dos grandes patios centrales, pinturas coloniales de temática religiosa, objetos relacionados con la vida claustral y documentos relacionados con la historia de la orden. Otro museo interesante es el de Arte Moderno, instalado en un antiguo hospital del siglo XIX. Posee una interesante sucesión de patios y jardines interiores, así como un molino de agua que data de los orígenes el edificio. Otro sitio inesperado es el Museo de la Esqueletología, llamado así porque en él el profesor Gabriel Moscoso reunió una colección de decenas de esqueletos de origen animal.

Es importante recorrer las calles cuencanas para apreciar la variedad de fachadas y sus muy pintorescos rincones. Abundan edificios coloniales, pero también algunos realizados en época de las corrientes arquitectónicas del Modernismo. De mucha vida son sus coloridos mercados donde se venden infinidad de productos locales desconocidos para los visitantes. El Mercado 10 de agosto, por ejemplo, posee dos plantas y secciones bien delimitadas para frutas y vegetales, carnes, granos, plantas medicinales y remedios sorprendentes, área para comer y sección de artículos de uso doméstico. Reinan aquí olores y sabores novedosos para quienes vienen de otros países. La Plaza de las Flores, precediendo el convento de las monjas de clausura mercedarias, es también un sitio pintoresco en donde se venden hermosas flores de la región y se toma una bebida a base de raíces y tubérculos que los cuencanos llaman pitimás.

De Cuenca son los famosos sombreros mal llamados "de Panamá" producidos de forma completamente artesanal por la firma Homero Ortega. Vale la pena visitar la empresa para entender el sofisticado proceso de elaboración de este valioso accesorio cuyo renombre ha llegado a todos los medios sociales del mundo.

Instalaciones hoteleras y excelentes restaurantes no faltan aquí. Entre los primeros probablemente el de mayor encanto es el Hotel Santa Lucía, instalado en una vieja casona de 1859, con gran patio central rodeado de balconaduras y galerías de maderas. El Hotel Alcázar es otra de las grandes instalaciones hoteleras con personalidad y encanto propios. En cuanto a la gastronomía, Tiestos es sin dudas la más conocida de las cocinas cuencanas. Su nombre recuerda los recipientes de barro en que se elaboran exquisitos platos locales como las diferentes especialidades de lomo que estimularán más de una papila gustativa. En otro registro más modesto, pero de excelente cocina local también y precios mucho más accesibles se encuentra el mesón Raymipampa, frente al parque Calderón. Los secos de chivo, arroces con camarones y locros (cremas típicamente ecuatorianas a base de maíz, papa y aguacate o de bolas de plátano) son deliciosos. El servicio, de extrema discreción y amabilidad.

Bajamos a la costa pacífica, a Guayaquil, donde pocos se aventuran en realidad. Se ven grupos de turistas llegar al aeropuerto, subir en el mismo autobús que nuestro operador turístico ha asignado y desaparecer luego, detrás de las rejas de un hotel familiar cerca del aeropuerto. Sólo pernoctan en Guayaquil sin tiempo para visitarle y con la intención de tomar al día siguiente un vuelo que los lleve al archipiélago de las Galápagos. Las guías de viajes dan mala publicidad a la ciudad y evocan la peligrosidad y la violencia como inconvenientes. Por otra partre,  Guayaquil no vive del turismo sino de su puerto, su actividad comercial incesante y de sus prósperas industrias.

Sin embargo, la ciudad no dejará indiferente a quien la visite. Su gente es cálida, espontánea y muy heterogénea. Olvidamos que estamos a orillas del Pacífico de tanto Caribe que se respira en su música, en las tradiciones, fiestas, bailes. Las fiestas del 31 de diciembre, por ejemplo, se preparan previamente y durante meses se fabrican monigotes y muñecones de cartón de todos los tamaños, formas y colores para quemarlos el día de Nochevieja. Los guayaquileños cumplen promesas cuando compran un monigote para quemarlo en medio de la calle o se dan gusto fabricando el propio para verlo partir en cenizas el último día del año.

De la misma manera que en Cuenca se debe subir al mirador del Turi para contemplar la topografía del sitio en que se erige la ciudad, los que visitan por vez primera Guayaquil deben recorrer a bordo del velero Henri Morgan el río Guayas, a todo lo largo del Malecón, desde el Palacio de Cristal hasta el puente de Durán. Ver la ciudad desde el ancho río nos permite entender la importancia de este puerto fluvial y las razones de su temprana fundación en el siglo XVI, así como su esplendor económico.

El Malecón era un área prácticamente inhóspita años atrás dado los altos índices de delincuencia. Hoy día, completamente separado de la avenida por una reja y con un policía casa diez metros es probablemente el área más segura de todo Ecuador. El paseo permite contemplar la grandeza del río Guayas, las fachadas neoclásicas del Ayuntamiento y edificios de gobierno, monumentos conmemorativos como el de los Libertadores o la Torre Morisca. También hacer compras en el centro comercial perfectamente integrado al paisaje fluvial. Un trencito turístico recorre sus dos kilómetros y medio, en caso de que no se desee caminar.

Guayaquil tiene un barrio antiguo que ha sido reconstruido a la medida de su carácter original. Se llama Cerro Santa Ana, ha sido urbanizado y lo coronan un faro y el fortín que le da nombre. Dicho cerro es la imagen de la ciudad y sus fachadas multicolores dan una nota alegre al agua siempre enlodada el río. Fue aquí donde en 1538, el conquistador Francisco de Orellana fundó la ciudad. La calle de Las Peñas, con casas de persianería a la francesa, aleros de maderas labradas, puertas ornamentadas y verjas coloniales reproduce perfectamente el ambiente de aquella incipiente colonia del siglo XVI. Del otro lado, se halla el Cerro del Carmen, también urbanizado, que se recomienda no visitar. Entre ambos la fachada rosada y blanca de la iglesia de Santo Domingo, la más antigua de Guayaquil, se integra perfectamente al ambiente colorido de esta parte de la ciudad.

El centro es un área comercial que durante la noche se ensombrece. Los negocios cierran y la gente regresa a sus casas. Muchos de los hoteles se hallan aquí y también la catedral de reciente factura, el Parque Seminario con árboles donde viven en libertad gran cantidad de iguanas, el Museo Histórico, la basílica de la Merced y los edificios de gobierno. Fuera del centro el Parque Histórico de Guayaquil es digno de visitar. Posee tres secciones: una silvestre (donde se halla el zoológico), otra urbana (que reproduce barrios de la ciudad en otros tempos) y una tercera llamada tradicional (referente al campo ecuatoriano y sus riquezas).

Las tradición culinaria de Guayaquil es significativa. Los manjares del mar y la abundante variedad de recetas, unido a la gran cantidad de restaurantes, fondas y cafeterías son visibles. Hay un constante ajetreo de los habitantes en torno a la mesa. Se come mucho, bueno y el día entero, nos dicen. Sin salir del centro se encuentran restaurantes de todo tipo. Desde una auténtica cantina popular como El Toro Asado hasta los más formales como La Parrilla del Ñato. El indicador común es la calidad de la comida y la asombrosa variedad. La heladería y frutería Las Tres Canastas, también en pleno centro, es un sitio ideal para probar la gran variedad de frutas, jugos y helados que consumen los guayaquileños.

La visita a estas dos ciudades que divergen y se complementan a la vez es imprescindible para conocer realmente el alma y la diversidad ecuatorianas. Justo por ser muy diferentes en casi todos los sentidos es que se hace imprescindible conocerlas a ambas. Cuenca y Guayaquil, después de una estancia en Quito, pueden ser el colofón de un viaje inolvidable por este pequeño país de la cordillera de los Andes.

19 avr. 2012

Metropolis Bleu Festival de Montreal

Los escritores cubanos Wendy Guerra, Eduardo Manet y Leonardo Padura marcan este año con sus presencias y lecturas el Metropolis Bleu Festival de Montreal:

Pulsar:
Radio Canada

Pouic Pouic - aux Bouffes Parisiens

Vraiment drôle. Même en habitant pas loin, je n'ai pas l'habitude de me rendre aux Bouffes. J'ai longtemps eu, sans raison peut-être, quelques prejugés par rapport au théâtre de boulevard. Pouic Pouic, immortalisé par Jean Girault, dans un film de 1963 où Louis de Funès tenait le rôle du maître d'hôtel, offre une agréable mise en scène de Lionnel Astier, puis des remarquables actuations, dont celles de Valérie Mairesse, Eric Berger, Alexandre Jazédé et Astier lui-même. On passe un très bon moment, on se deride pas mal, et surtout, les commédiens parviennent à nous faire entrer dans leur jeu.

Pouic Pouic, aux Bouffes Parisiens

18 avr. 2012

Una entrevista en dos partes / SoHo (Colombia)



El escritor Andrés Candela, colombiano afincado a orillas del Loira y al pie de uno de sus míticos castillos, me entrevista para la revista colombiana SoHo que se ha convertido en la revista latinoamericana de mayor difusión en ese continente y se ha extendido a muchos países del río Grande hasta la Patagonia. Aquí la entrevista en dos partes:

Entrevista para SoHo (primera parte)

Entrevista para SoHo (segunda parte)

© Andrés Candela / SoHo


17 avr. 2012

Noche de recordación de Heriberto Hernández Medina / Miami

Proyecto Dos invita a una noche para recordar al poeta
Heriberto Hernández Medina a través de su poesía

Jueves, 26 de abril, 8:30pm

Participarán los poetas:

Carmen Karin Aldrey, Joaquín Badajoz, Jesús (Tinito) Díaz, Emilio García Montiel, Manny López y Juan Carlos Valls

En: Books and Books
265 Aragon Avenue
Coral Gables, Fl 33134

Para más información:
Javier Iglesias (305-303-4712)

Foto de Ivan Cañas

15 avr. 2012

Eglise Gutiérrez / hoy en El Nuevo Herald

Hoy entrevisto para El Nuevo Herald a la soprano Eglise Gutiérrez con motivo de las dos semanas que lleva interpretando a la princesa Elvira en la ópera La muette de Portici, de Auber, en la Opera-Comique de París. Una ópera que no se habia visto en la capital francesa desde hace más de un siglo:



Eglise Gutiérrez en París, rue Lamartine, al fondo la iglesia Notre-Dame-de-Lorette, abril 2012.

Eglise Gutiérrez: la soprano de la voz de oro
William Navarrete
14 de abril del 2012
© 2012 El Nuevo Herald. All Rights Reserved.


"Se trata de algo que pudiera llamarse un choc operático”, exclama el crítico Edouard Brane en las páginas de Artistic Rezo. “La virtuosidad con la que la puesta en escena emplea elementos de gran simplicidad es absolutamente admirable”, expresa por su parte el especialista Frédéric Nora en la revista Musicologie. “Eglise Gutiérrez impone su gracia y su elegancia en el papel de la esposa engañada”, escribe para Le journal de trois coups Elisabeth Carecchio.

Para alguien que nació en la ciudad cubana de Holguín, vivió en la Isla de Pinos y cursó estudios en La Habana, cantar en una de los templos sagrados de la ópera francesa debe resultar algo extraordinario. Sin dudas lo es para la soprano cubanoamericana Eglise Gutiérrez, quien interpreta durante las dos primeras semanas de abril, en la parisina Opéra-Comique, el personaje protagónico femenino de La muette de Portici, compuesta en 1823 por Daniel-François Auber.

La muette de Portici no se representaba en París desde hace más de 100 años. Los últimos intentos de revivir a esta pieza, en Boloña y Ravena (1990 y 1991, respectivamente), y luego en Marsella (1991), no lograron imponerla en el repertorio mundial. Esto reafirma el carácter excepcional de esta puesta. La obra narra la sublevación de los pescadores napolitanos del barrio de Portici contra la corona española en el siglo XVII y es considerada una gesta patriótica, relacionada luego con la rebelión del pueblo belga contra la ocupación holandesa en 1830. Este contexto histórico la hace aún más interesante y es la razón por la que en el delicado contexto de la Bélgica actual, la compañía del Théâtre de la Monnaie decidió revivirla en París, en lugar de exhibirla en su sede en Bruselas.

En esa ópera Eglise Gutiérrez interpreta el protagónico de la princesa Elvira. Cada presentación en público de la soprano viene acompañada de una gran expectativa: sus calidades vocales y dramáticas han sido ovacionadas en prestigiosos teatros del mundo entero. En París, donde actúa por segunda vez (la primera fue el año pasado en Le Cendrillon, de Massenet), esta nueva puesta a cargo de la compañía belga del Teatro de la Monnaie, significa para ella un nuevo reto.

Eglise Gutiérrez ha interpretado gran variedad de personajes en óperas célebres. Se le ha oído en La Sonnambula y en I Puritani (de Bellini); en La Traviata, en Rigoletto y en Faltstaff (de Verdi), en Anna Bolena, Elisir d’amore, Linda de Chamounix y Lucia di Lammermoor (de Donizetti), en La viuda alegre (de Lehar), Turandot (de Puccini), Lakmé (de Delibes), Le cendrillon (de Massenet), la Missa Solemnis (de Beethoven) e, incluso, en la Doña Francisquita (de Vives) y en la muy cubana Cecilia Valdés (de Roig). Su carrera exitosa le ha valido notables premios: el Mirjan Helin (en Helsinki), el Monserrat Caballé, el Marian Andersen, el segundo lugar en el Licia Albanese de la Puccini Foundation, el Concurso de Ópera de Connecticut, de Nueva Jersey y el de ópera de West Palm Beach, entre otros.

Evocar en tan poco espacio la importancia de su obra y su ascendente carrera implica simplificar episodios realmente interesantes de su vida. Eglise Gutiérrez comenzó sus estudios de arte en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y los continuó en el Instituto Superior de Arte (ISA), ambos en La Habana. “Comencé mis estudios de arte en Guitarra Clásica, una disciplina en la que no era muy buena”, comentó. “Nunca imaginé, en esa época de mi vida que terminaría en el mundo de la ópera pues para ser franca debo decir que de joven no me gustaba e incluso utilizaba mis capacidades vocales para parodiar a los cantantes de ópera y hacer que rieran y pasaran un buen momento mis amigos”. Tratando de escapar del llamado “servicio social” en Cuba, una especie de prestación laboral gratuita en cualquier recóndito lugar adonde el recién graduado era asignado, fue que se matriculó en Canto e Interpretación. En ese momento le cayó en las manos un disco de la Callas y su visión de la vida cambió.

“Durante esos años tuve el apoyo de cantantes del Lírico de Holguín como Náyade Proenza y Raúl Camayd, así como de la también holguinera María Luisa Clarck”, recordó. “Pero es justo que recuerde que, siendo estudiante en Cuba fue mi profesora María Eugenia Barrios quien perfiló y definió mis capacidades para el canto operático”. Ya en ese entonces, Eglise Gutiérrez gana el primer premio en el concurso Rodrigo Prat, cursando el primer año de estudios del ISA. “Luego, quien influye y determina mi carrera profesional, estando ya en Miami, fue el profesor Manny Pérez”, aclaró. “A él debo los mejores consejos y a Miami y a su compañía Gratelli, el apoyo enorme que dieron a mi carrera, antes de que me estableciera en Filadelfia”. Eglise regresa cada vez que puede a Miami, donde se siente feliz ante su público natural.

Tras un reñido concurso, en que sólo aceptaban a seis concursantes para estudiar entre los escogidos 27 becados, Eglise se incorpora a la Academia de Artes Vocales de Filadelfia. Es en el seno de esta prestigiosa institución que actúa por vez primera como solista en La Sonámbula, de Bellini. A partir de ese momento resulta imposible detenerla. Se le oye cantar en el Carnegie Hall de Nueva York, en Zurich, en Estocolmo, en el Bellas Artes de México, en Hamburgo, en Tel Aviv, Vancouver, Montreal, Atenas, Madrid, Roma, Londres, París y en no pocos teatros de Estados Unidos. “De todo lo vivido en la escena siempre recordaré entre mis teatros preferidos el Colón de Buenos Aires y de todas las óperas a Lucia di Lammermoor, cuya protagonista da nombre a mi hija porque comencé mi embarazo cantándola, seguí haciéndolo ya embarazada, primero en Berlín con Roberto Alagna y luego, hasta el séptimo mes de embarazo, en Helsinki. Cuando retomé la escena, después de nacer mi hija, también fue la primera ópera que canté, en Vancouver”, confesó.

Con gran dominio de la actuación y sopesada tesitura, Eglise Gutiérrez interpretó a Elvira, la prometida de Alfonso, hijo del Virrey español de Nápoles, en la primera presentación de la ópera en la Opera-Comique, antigua institución, fundada en 1714 bajo el reino de Luis XIV y unos de los pilares del bel canto en Francia. Por su fraseo natural, la manera en que entona las notas más difíciles sin dar muestras de esfuerzo suplementario y el pulimento interpretativo, deslumbra y sorprende siempre, incluso a los especialistas del ámbito de la ópera. Esto, unido al cromatismo natural de su voz y a la agilidad para adaptarse a una lengua de difícil fonética como es el francés, ha permitido que renazca en la capital de Francia, por la puerta grande de las interpretaciones memorables, la Elvira de una de las primeras grandes óperas clásicas del repertorio francés.

El secreto de su maestría radica, más allá de los dones naturales, en la seriedad con que estudia cada personaje y en una estricta higiene de vida. “No trasnocho, no salgo de copas, aunque no vivo tampoco obsesionada con el tema de la voz ni con la paranoia de que pueda enfermarme en medio de una puesta”, comentó cuando indago si no teme que los cambios bruscos de temperatura de París puedan acarrearle una gripe. “Me considero dichosa de poder contar con mi madre para viajar y tener a Lucia siempre conmigo. Mi madre es de un gran apoyo en todo esto”, añadió al referirse a Divina, la madre que la acompaña desde hace tiempo en sus trotes operísticos a lo largo y ancho del mundo.

No pocos críticos consideran a Eglise Gutiérrez como una sucesora natural de Sutherland, Callas o Monserrat Caballé. Después de París le esperan el Caramoor Festival en Montescos y Capuletos; las veladas líricas de Sanxay, también en Francia, en La traviata y el Liceo de Barcelona con Los cuentos de Hoffmann. ,¿Y Lucia?, le pregunto tratando de averiguar cuando volveremos a verla en el personaje que ha marcado su vida y carrera. “Debe estar haciendo una de las suyas”, respondió creyendo que me refería a su hija’’. No subsano el equívoco y me entero luego que a Lucia la tendremos haciendo otra de las suyas, en la Opera de Marsella en febrero del año próximo.

9 avr. 2012

Hoy en El Nuevo Herald / un viaje por Apulia


Los trulli (trullos) -curiosas viviendas circulares de piedra caliza- poseen característicos techos de formas cónicas que el escritor italiano Umberto Eco ha asociado a los senos maternos y al deseo de fertilidad de la tierra. En Alberobello

Mi viaje por Apulia (Puglia), el talón de la bota, Italia meridional, en el verano pasado, en El Nuevo Herald:


Apulia: paraíso de Italia meridional
William Navarrete
El Nuevo Herald, domingo 8 de abril de 2012
© 2012 El Nuevo Herald. All Rights Reserved.

Al Sur de la península itálica se le conoce como mezzogiorno. De sólo escuchar su nombre imaginamos hermosas playas, olivares que se extienden hasta el horizonte y una expresión: el dolce farniente, que ya significa, en muchas lenguas, el placer de entregarse al puro ocio. De ese mezzogiorno forman parte las regiones de Campania, Calabria, Basilicata, la isla de Sicilia y, por último la que aquí nos ocupa: Apulia.

En italiano su nombre es Puglia y es lo que corresponde exactamente al llamado “talón de la bota”, si tomamos en cuenta la caprichosa geografía de la península. Sus ciudades principales son Taranto, Bríndisi, Lecce y Bari. Es a esta última a donde llegan casi todos aquellos que visitan Apulia, pues allí se halla el aeropuerto que da servicio a toda la región.

Apulia es una región de admirable belleza, extraordinaria riqueza cultural y asombrosa historia. Colonizada primero por los griegos de la Antigüedad, vio instalarse en su tierra en siglos sucesivos a bizantinos, francos, normandos, suavos, españoles del reino aragonés, a los hombres del Imperio de Carlos V, a ejércitos pontificales, etc. Todos dejaron huellas visibles en las costumbres y el paisaje.

La ciudadela medieval de Bari es un excelente ejemplo de lo antes dicho. En ella se erige el célebre castillo suavo, fortaleza construida en épocas del Sacro Imperio Romano Germánico (castillo que sirvió de residencia al temible Federico II y a Bona Sforza); la catedral de San Nicolás de Bari (patrón de la ciudad) con trazado y arquitectura franconormanda; el Duomo, del que se asoman ventanas con alféizares bizantinos pues data de esa época; así como un sinfín de iglesias barrocas (Santa Escolástica, por ejemplo) que traducen el gusto por el arte de la Contrarreforma, incluso en regiones tan alejadas de Roma como Apulia.

Bari posee una intensa vida popular, sus habitantes viven prácticamente fuera de sus casas durante el verano, se les ve jugar y hasta cenar en mesas que instalan en los umbrales de las puertas. En las estrechas callejuelas de la ciudad medieval se oyen los pregones de pescaderos y fruteros que venden en dialecto baresi sus mercancías. La otra parte de la ciudad, la llamada borgo murattiano (por haber sido construido por orden del rey Joaquim Murat de Nápoles, entronizado por Napoleón en 1808), posee trazado geométrico racional, lo que coadyuvó a que fuera allí en donde se desarrollase la actividad comercial. De hecho, es en el borgo en donde abundan heladerías artesanales (Caffé Catullo), tiendas de ropas, famosos teatros (el Margerita y el Petruzelli) y ocurre, a lo largo del Corso Cavour, la intensa vida social a la hora de la passegiatta.

Tal vez sea de utilidad precisar que el medio de transporte ideal para recorrer la región es el automóvil, dado que autobuses y trenes no recorren muchos pueblos secundarios de máximo interés y tampoco ciertos enclaves costeros que vale la pena visitar. Conducir en Italia meridional requiere de tacto y paciencia. El conductor italiano siempre intentará pasar antes y hará amago de adelantarse, aunque desistirá en cuanto vea que no se le deja pasar cuando no le corresponde.

A partir de Bari, la región conocida con el Valle de los Trulli, es la primera etapa de casi todos los que recorren Apulia. Los trulli (trullos) -curiosas viviendas circulares de piedra caliza- poseen característicos techos de formas cónicas que el escritor italiano Umberto Eco ha asociado a los senos maternos y al deseo de fertilidad de la tierra. El pueblo en donde mayor concentración de esta curiosa y llamativa construcción existe es Alberobello, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1996. En él existe un barrio entero de trullos y hasta una iglesia concebida como imitación a este tipo de arquitectura. En los alrededores, en medio de campos de cerezos o de olivares, es posible hospedarse en estancias rurales cuyas casas forman lo que se asemeja a una colonia o conglomerado de éstas.

Muy cerca de Alberobello existen ciudades con importantes edificios religiosos y palacios. Cisternino y Locorotondo son dos de las más importantes y el trazado de sus calles y la blancura de sus fachadas recuerdan las medinas de ciudades árabes. En Conversano, elegante y antigua ciudad medieval, existe un castillo aragonés de imponente presencia. Desde allí se contempla, en el horizonte, el azul del mar Adriático. En Conversano, el hotel Corte Altavilla es una antigua casona solariega de piedras de cantería que perteneció a un noble caballero normando de la Edad Media. El restaurante La Casa de Tito exhibe en su carta más de 30 variedades de auténticas y excelentes pizzas, hechas a la manera apulense, o sea, con la masa muy fina y crujiente. No es raro ver delante de su puerta, como buen signo de lo que allí se vende, una fila de locales que esperan pacientemente a que se libere una mesa para cenar.

Al sur de Alberobello, la ciudad de Ostuni se presenta, desde lo lejos, como una fortaleza blanca sobre una colina. Las fachadas laterales de las edificaciones de la ciudadela medieval dan la impresión, gracias a su altura y manera circular en que han sido concebidas, de constituir una alta muralla. En Ostuni vale la pena acercarse a la catedral Santa María de la Asunción, construida en el siglo XV y por ello con toda la perfecta simetría y elegancia propia de la arquitectura religiosa del Renacimiento. A proximidad de casi todos los pueblos el turista podría hospedarse en las célebres masserias (equivalente de las haciendas o cortijos andaluces), perfectamente acondicionadas para recibir, en una atmósfera apropiada, al visitante. A cuatro kilómetros de la elegante ciudad de Martina Franca, por ejemplo, la masseria Il Vignaletto se encuentra al final de un camino vecinal y en medio de un apacible campo de olivos que crecen incluso en el patio central de la hacienda.

Más al sur, la ciudad más importante de la zona es Lecce, conocida como “la Florencia del Sur” por la cantidad de palacios, iglesias y monumentos que atesora. El centro de Lecce es un anfiteatro romano (en el que se celebran conciertos y espectáculos al aire libre durante todo el verano) y a pocas manzanas de éste hay un teatro de la misma época. El Duomo de la ciudad es muy conocido por su majestuosidad, la altura del campanario, su fachada de exquisita piedra labrada y la posición de cuadrilátero de la plaza en que se encuentra, circundada por el Palacio Arzobispal y el edificio del Museo Diocesano. En Lecce se halla también una de las iglesias más interesantes de Italia: la Santa Croce, de puro barroco del XVI, con tal profusión de atlantes, esculturas, relieves, rosáceas y ornamentos en su fachada que es necesario detenerse a contemplarla largo tiempo para detallar algo de la abundante decoración que contiene. Por ser Lecce una importante ciudad desde tiempos inmemoriales, en ella mandó Carlos V a rehabilitar su antiguo castillo medieval. La ciudad fue dotada de puertas triunfales (como la de Nápoles) y la aristocracia construyó esbeltos palacetes de piedra (como el Marrese).

A partir de Lecce, en dirección Este, es posible bordear todo el litoral desde Otranto hasta Taranto. La costa Este se caracteriza por la la belleza de su paisaje salvaje. La escasez de playas hace que la región dé cabida a un turismo más interesado por los aspectos culturales. En ese caso, el antiguo pueblo de Otranto resplandece desde sus altas murallas y su castillo de origen aragonés, alzándose a orillas de un mar azul turquesa y de su puerto deportivo. La catedral normanda de Otranto data del siglo XI y es otra de las maravillas de Apulia pues atesora un suelo completamente cubierto por mosaicos narrativos bizantinos del siglo XII, una cripta de columnas románicas con capiteles esculpidos y un impresionante techo de artesanado de inspiración mudéjar.

El camino de la costa comienza realmente al sur de Otranto. El turista se detendrá según sus intereses y deseos en diferentes puertecillos y calas, aldeas o ensenadas, que abundan en la región costera. Porto Badisco, la primera de estas hermosas calas de verde esmeralda, es el sitio por donde, según Virgilio, desembarcó el héroe troyano Eneas en su primer viaje a la península itálica. Más al sur Santa Cesárea Terme, como su nombre lo indica, es una estación termal de finales del XIX que ha conservado todo el encanto de estos establecimientos aristocráticos de antaño. El extremo sur de Apulia está ocupado por el pueblo y santuario de Santa María de Leuca. Reverbera allí el sol sobre las fachadas blancas, protegidas desde el alto promontorio costero por el majestuoso santuario de Santa María y el gran faro a proximidad de éste.

A partir de Santa María de Leuca hasta Gallipoli, en dirección norte, vale la pena evitar esta parte de costa Oeste de la península apulense por la manera irracional y caótica en que han sido construidos los alojamientos de turismo masivo. Afloran, como vestigios de cierta grandeza pasada, los torreones del sistema defensivo ordenado por Carlos V a todo lo largo de la costa meridional.

Gallipoli es la siguiente ciudad importante de la costa. La parte antigua se encuentra en un islote unido por un puente al Corso Roma y a la parte moderna. La ciudad posee una interesante arquitectura medieval y hermoso castillo con los cimientos en el puertecillo en donde los pescadores tejen sus redes y venden sus productos. Sin embargo, a pesar de la innegable belleza del sitio, Gallipoli es una ciudad de difícil alojamiento y su excesivo turismo hace que restaurantes y los pocos sitios de estancia resulten bastante caros. Tal vez sea esta la razón por la que la gente de allí dé la impresión de ser mucho menos amable y hasta un tanto hosca, con respecto a la de los restantes pueblos de Apulia.

A partir de Gallipoli y hasta Taranto, la costa es sin dudas una de las más bellas de todo el Mediterráneo. Protegida por la creación de un Parque Nacional, es posible observar en ella las dunas con la vegetación característica de su geografía, los fondos marinos de aguas translúcidas, las playas de arenas finas o de piedras coralinas. Entre Porto Cesáreo (comparado por su belleza a los cayos de las Bahamas) y Campomarino, pasando por Torre Ladillo, Torre Colimera, San Pietro in Bevagno, etc., la belleza de la costa deja sin aliento incluso a quienes tienen costumbre de visitar sitios excepcionales.

En el noroeste de Bari, vale la pena acercarse a Castel del Monte, misteriosa fortaleza octogonal en la que la presencia del número ocho intriga y da pie a múltiples especulaciones, desde su fundación por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Frederico de Hohenstaufen en el siglo XIII. El edificio, espectacular sobre un promontorio y en medio de la nada, ha sido declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO y acoge interesantes exposiones de arte durante los meses de verano.

A orillas del mar, Mofetta, Trani y Barletta son tres ciudades que se hallan a poco tiempo del aeropuerto y en donde el visitante podría instalarse para pasar los últimos días de sus vacaciones y recorrer la zona norteña. Trani, por ejemplo, es una ciudad cuyas playas se hallan a más de un kilómetro y tal vez sea esa la razón por la que inspira deseos de quedarse en ella. Una atmósfera de sosiego, limpieza y armonía se respira allí. La ciudad se enorgullece de poseer el Código Marítimo en vigor más antiguo del mundo (data del año 1000), algo que denota la importancia de su hermoso puerto, protegido por un imponente bastión y por la catedral-fortaleza normanda de San Nicola Pellegrino, tal vez la única catedral europea con los cimientos sobre el mar.

En Trani hay poca hotelería, pero excelentes restaurantes. Muchos de estos últimos son auténticas tarbernas familiares, como la llamada Castello Svavo, con un excelente y económico menú de pescados y mariscos, situado frente a la fortaleza medieval de la época sueva, a orillas del Adriático. Elegantes tiendas y heladerías se hallan en al Corso Vittorio Emanuele. Trani posee además uno de los jardines más hermosos de la región, concebido a orillas del mar.

Sin dudas, son los meses de junio, julio y agosto los mejores para visitar Apulia. Contrario a lo que se pueda pensar, hace menos calor en esta región que en Roma, Nápoles o Milán en la misma época. La condición peninsular de ésta y la cercanía a los Balcanes es la razón por la cual las temperaturas no son excesivas en el verano. Un viaje a Apulia significará, sin lugar a dudas, una primera etapa para sucesivas visitas de la región. Siempre quedarán partes no exploradas y sitios por ver. Un mes haría falta para recorrer y visitar con detenimiento la zona. Quince días permiten ver lo esencial de ella. De cualquier manera los paisajes apulenses y su gente marcarán para siempre los recuerdos de todo el que se acerque a esta maravillosa región.

© William Navarrete

8 avr. 2012

Hoy en El Nuevo Herald / colección Atocha de poesía

Hoy escribo en El Nuevo Herald sobre la colección de poesía hispanoamericana Atocha dirigida desde Madrid por el poeta cubano Santiago Méndez Alpízar (Chago. Los poetas publicados hasta la fecha son: la venezolana Karelyn Bueñano, la colombiana Margarita Vélez Verbel, el mexicano Adán Echeverría, la cubana Odette Alonso y el propio Chago.

Enlace:
Colección Atocha de poesía hispanomaricana / W. Navarrete / El Nuevo Herald


Colección Atocha de literatura hispanoamericana
William Navarrete
© 2012 El Nuevo Herald. All Rights Reserved.
sábado, 7 de abril del 2012

Una nueva colección de literatura hispanoamericana ve la luz al pie de la célebre estación de trenes de Atocha, en Madrid. Se debe al esfuerzo del poeta cubano Santiago Méndez Alpízar "Chago" (Remedios, 1970), establecido en la capital española, con la colaboración del también poeta cubano y residente en Moscú, Andrés Mir.
Bagazo (poemas iberos), el número cero de los ya publicados, es un poemario del propio Méndez Alpízar. Un libro original del que José Antonio Parra señaló la “perspectiva sutilmente alucinada del entramado real y simbólico de Madrid [...] donde expone su palabra densa y desenvuelta”. Lleva un texto de contraportada de Iván de la Nuez y un dibujo de Javier Gazapo, artista residente desde hace más de una década en Gran Canaria.

Parte de la obra poética de Santiago Méndez "Chago" (editor y coordinador del proyecto) nace del entramado variopinto y vital del barrio de Atocha. Allí “los interminables trenes de sangre” de un García Lorca perdido en Nueva York son, para él, interminables historias (y sensaciones) sobre rieles, que suben y bajan de vagones para alejarse o expandirse por las calles de Madrid. Esa materia vital no es simple anecdotario y condiciona favorablemente la selección a la que da cabida esta colección. No median intereses otros que los estéticos, porque no hay mecenas, ni se exprime el bolsillo del artista. Hay voluntad, afirma, de volver al sentido perdido de una editorial que no sea agencia bancaria, negocio o imprenta.

De este modo, entra como número primero La condición del fuego, libro de la poeta Karelyn Bueñano (Mérida, Venezuela, 1980), autora de una decena de títulos, entre los que se destaca Complejo de Dido, con el que ganara el premio de poesía DAES 2003. Bueñano escribe poemas sin nombres. Algunos muy cortos y el todo como un poema que se extiende majestuoso por las páginas de su libro. En uno de ellos se lee: El más antiguo de los míos era un alfarero / nunca supo por qué / había muerto ensangrentado en 1250 / deduje por escudos viejos que hubo por allí una dama respetable / de un apellido montañoso, impronunciable [...]. El lector viaja a los confines de la tierra sudamericana como viajaría también, en los versos de Bueñano, a la esencia misma una vida que la autora prolonga más allá del tiempo que ha vivido.

Continúa con el poemario El libro de las destrucciones, de la colombiana Margarita Vélez Verbel (Sucre, 1968), residente en Cartegena de Indias, jurista y autora de dos poemarios y un libro de ensayos. El libro de Vélez consta de tres partes y lleva un prólogo de Joaquín Robles Zabala, profesor de literatura y comunicación de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Hay versos y prosa poética, además de alusiones a grandes figuras femeninas de la historia y la literatura: Madame Bovary, Augusta, Medea, Antígona. La poesía fluye como dardo impregnado de memoria para cada estrofa. Sus versos hablan de dolores muy profundos, de marcas, estigmas que siguen ( a pesar de ella / porque tal vez lo desea ella) a flor de piel:

Cómo me duelen mi madre y mis abuelas / cómo me duelen sus mundos reducidos al fogón y a las salas de parto [...]

La rebeldía no le cabe en esos versos. Evoca al padre siempre ebrio, violento, a la mujer dependiente de un destino trazado por la noche del tiempo. Culmina su poemario como un designio, con un colofón del tiempo vivido y una premonición inesperada: Breves datos biográficos del autor. Impresiona esa voz de sus entrañas, de las fauces de su ira. Tal vez por ello lleva este poemario una portada que resume, a pesar de lo poco agradable que resulta, la fuerza visceral de esta autora cuyos versos rehúyen el tibio nido.

El tercer título es La confusión creciente de la alcantarilla, del mexicano Adán Echeverría (Mérida, 1975), autor de una decena de títulos entre poemarios, narrativa y antologías. En el libro hay una voz que vigila, acechante en medio de la noche, aquello que juzga e inspira a la vez el comportamiento de los hombres. Es una noche interminable de curas maldicientes y pecadores, charlatanes, poetas, prostitutas, juerguistas y una orgía interminable de todos los sentidos para que la vida misma se convierta en rueda que gira al infinito.

En esa noche de vida y de todos los recuerdos racimos de voces cuelgan como telarañas / habitan en la cornisa de las tejas / habitan la ventana el desagûe los roperos [...]. En lo más profundo de las alcantarillas la muerte espera, muerte que cierra, querámoslo o no, cualquier paréntesis por largo que sea. Echeverría lo sospecha. Bienvenida mi muerte es el poema que reposa al final de todos sus desagües.

Por último, de la poeta cubana establecida en Ciudad de México, Odette Alonso, es la antología, Bajo esa luna extraña. La obra compila parte de su obra: La sed y la llovizna, Palabra que no vuelve, Extranjera, Los días sin fe y Las otras tempestades, hasta llegar a sus últimos poemas inéditos, precedidos de un enjundioso prólogo de la escritora Rita Martín. Es fácil trazar, leyéndolos, las coordenadas que han marcado la ruta emprendida por sus versos. Se mecen suavemente al ritmo de mares y montañas. Viaja, con una valija repleta de sensualidad y percepciones inteligentes. Ese mapa la expulsa de su Santiago de Cuba natal, la lleva justo el tiempo necesario a los soportales de La Habana, la deja indefensa luego, casi perdida, en ese exceso de tierra por todas partes que es la urbe mexicana, para terminar dotándola de un don de ubicuidad poética que la hace vivir (más que en sitios terrenales) en la poesía misma, su nueva y definitiva casa. Entonces leemos: Yo viví en una isla que se hundió para siempre / Desde entonces / en tierra firme / soy un fantasma [...]

La obra de Odette Alonso se lee como una completa sinfonía. Hay una música deliciosa que emana de sus versos y le da admirable unidad al conjunto. No se trata de un estilo uniforme, ni de una voz que se repite, sino de una conciencia innata de que el verso es música por encima de todos los experimentos y más allá de todas las innovaciones. No puede hablar con música quien no la lleve dentro. Alonso no necesitó adquirirla ni tomarla prestada. Su obra, amplia y luminosa, llena de placeres y pesares, de tristezas y alegrías, es esa sinfonía perfecta que se escucha desde el principio hasta el fin sin interrupción alguna.

Deseando larga vida a esta colección hispanoamericana, que su catálogo crezca dando a conocer la obra de autores de todas las latitudes de la hispanidad. Deseable es también que abunden versos y que viajan, poco importa si en barcos o aviones, en trenes o autos, pero que terminen, eso sí, a buen recaudo, sobre letra impresa, al pie de esos andenes de interminables historias de la vieja estación Atocha.


4 avr. 2012

Heriberto Hernández Medina (1964-2012)

.
Querido Heriberto,

La desgracia de vivir de este lado del Atlántico es que cuando se recibe una noticia de allá, mala o buena, uno tiene que tragársela y esperar a que el día les despunte a quienes viven del otro lado.

No me diste tiempo de leer tu poemario. Lo recibí apenas ayer y en la página frontal escribiste: "Para William Navarrete, el amigo, estos versos amargos que he vivido y escrito en otro tiempo, por suerte ido ya. Un abrazo de, Heriberto. Miami, marzo 16 de 2012".

No suelo escribir (tú lo sabes) obituarios. Siempre digo que es en vida cuando uno está al lado de las personas que estima. Esta vez no me dejas otra opción que hacerlo de este modo que no quiero lo parezca. Lo hago porque tengo que acusar recibo de tus versos y tragarme, de paso, todas las preguntas: las de acá, las de allá y las del más allá.

Sé que estamos de paso. Sé que cualquiera se va y que las empresas humanas y nosotros mismos somos tan fuertes como tan frágiles. Sé que hay misterios insondables que mejor dejamos sin respuestas. También sé que hay quienes sufren más que yo porque ellos sí se quedan sin respuestas que le son muy necesarias. A quienes llegamos a ti por tus libros, por Blue Bird, por tu poesía, nos dejas con infinitas respuestas. Lo digo para consolarme.

En Otros filos del fuego te leo empezando por el final. Busco respuestas aunque haya mentido diciendo que las tengo, que están en tu obra y en muchos de tus versos. Hay un poema en ese libro que me mandas, se titula Señales de humo y es el último. Te leo:

Estoy haciendo señales de humo
desde esta colina
como cuando jugábamos a ser indios
y las flechas caían apenas a unos pasos.

Estoy haciendo señales para que alguien las vea
aunque no seas tú,
aunque nadie pueda percatarse
de que estas señales
no son simple juego.

Desnudo -me sobra toda esta ropa-
como un indio,
sentado sobre la hierba;
desnudo ante los ojos inmutables de dios,
como un salvaje,
estoy haciendo simples señales
con la esperanza
de que alguien pueda verlas.


[...]

Yo no las vi. No pude siquiera imaginarlas. Ahora me toca decir que es la suerte de vivir de este lado, aunque me vuelva a mentir para estar mejor conmigo mismo. Humo de señales que ascendió muy alto. Yo en la tierra, ajeno, pensando en mí probablemente, en esas cositas del dia a día. En el cielo, alguien extendiéndote Sus brazos. Te tendré siempre presente, afable y muy querido amigo.

Otros filos del fuego, poemario de Heriberto Hernandez Medina, Avondales Ediciones, Lawrenceville, Ga., 2012, Ed. de Manuel Sosa, portada de Frank Panizo,106 pp.

1 avr. 2012

Marina al pairo - Wendy Guerra


Marina al pairo
Wendy Guerra
(para William Navarrete)

Deriva desvío ambiguo trasgresión del límite territorial
Dibujo al pairo plano perdido sobre la rosa de los vientos
Soltar los remos dejarse ir entre dos islas extraviar
cualquier antiguo rumbo de la felicidad
Desconocer las constelaciones sin tierra ni patria ni apego
Relajación del eje bailar sin pauta coreógrafo del viento
déjame ir yo danzo sola
Ofrendar el delta el mar viaja en mi vientre
Tu olor flota en la marisma bancos de arena
parihuelas de sol o países ven mis ojos
Inédito cuerpo fulgurado en el fondo
La bitácora describe el sabor del agua
No hay entidad es alma en traslado sobre los piélagos
Deseo iluminado a mano breve apunte del anhelo
Perder mi norte en tu sur.

© Wendy Guerra