24 avr. 2012

En El Nuevo Herald - Cuenca y Guayaquil

El Nuevo Herald, 24 de abril de 2012 / © William Navarrete

Hoy escribo en El Nuevo Herald la segunda parte de mi viaje el invierno pasado a Ecuador. Las fotos tomadas durante el viaje en el enlace del diario o en las entradas referentes a éste en los archivos de diciembre 2011, en el blog:


Cuenca y Guayaquil: polos opuestos y complementarios
Publicado el martes 24 de abril del 2012
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William Navarrete


Cuenca es serrana. La temperatura no pasa de los 25 °C. La antigua ciudad colonial es apacible, limpia y ordenada. Cuando comienza a oscurecer, sus calles se vacían y cesa prácticamente toda actividad. Sus monumentos son testigos del primer asentamiento europeo. Hoy día, Cuenca es uno de los destinos más apreciados del mundo por jubilados europeos y norteamericanos. Cunde una paz absoluta, un ambiente de respeto al medio ambiente y de las normas de civismo. Fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1999.

Guayaquil es costeña. El termómetro raras veces baja de los 25 °C. El clima tórrido y húmedo nos obliga a frecuentes pausas. La ciudad, a orillas del impetuoso río Guayas, es trepidante e intensa, ruidosa, incluso peligrosa. Cuando cesa la agitación comercial diurna comienzan a abrir los sitios para noctámbulos. En Guayaquil hay que estar atentos siempre, pues a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por las autoridades con vistas a erradicar la delincuencia - al menos en las zonas más turísticas -, los informes sobre robos y secuestros no escasean. En el pasado atacada por piratas y corsarios, sufrió no pocos terremotos e incendios. De su pasado colonial queda poco; del esplendor económico de principios del siglo XX, relacionado con la industria del cacao, menos.

Cuenca, como toda villa española trazada por las Ordenanzas de Indias, es cuadricular y crece en torno de la Plaza Mayor, llamada luego Parque Calderón. En el centro de éste se ven ocho grandes araucarias, traídas en 1865 desde Chile, por el presidente que da nombre al parque. Alrededor del Calderón, la Catedral Antigua y la Catedral Nueva o de la Inmaculada Concepción, son los dos edificios más significativos. La primera data de 1567 y atesora los frescos más antiguos de la ciudad. La segunda fue terminada en 1967 apenas y llevó más de un siglo construirla desde que se colocó la primera piedra en 1885. Asombra la majestuosidad de su espacio, su desnudez y la riqueza de mármoles que ornamentan el interior de las naves.

El asentamiento precolombino de Tomebamba ocupaba el sitio en que se desarrolló la ciudad colonial, actual capital de la provincia de Azuay, fundada en 1557 por Diego Hurtado de Mendoza. El Museo del Banco Central atesora una rica colección de etnografía y conserva en la parte trasera del edificio el sitio arqueológico en que se ven los cimientos de construcciones, murallas y terrazas cultivadas por los incas. En la parte baja del antiguo asentamiento el Museo ha reproducido el paisaje en que se desarrollaba la vida de los pobladores originales de la zona. Hay también en Cuenca un Museo de las Culturas Aborígenes. Es una institución privada que atesora las piezas precolombinas coleccionadas por el historiador y antiguo Ministro de Cultura, el profesor Juan Cordero Íñiguez.

Se habla de cierta similitud entre la Cuenca ecuatoriana y la ciudad homónima castellana. Esta idea se basa en que algunas de las construcciones que se encuentran en las márgenes del río Tomebamba recuerdan, en cierta medida, las casas colgantes de la villa española. El verdor y la pureza del clima hacen de esta parte de Cuenca un sitio que, por momentos, es comparable con determinados pueblos en los Alpes europeos.

No faltan aquí los edificios coloniales de valor arquitectónico e histórico. Entre ellos, el Monasterio de las Conceptas, fundado en 1599, se halla aún en manos de la orden religiosa y ha sido convertido en museo que exhibe, en salas situadas alrededor de dos grandes patios centrales, pinturas coloniales de temática religiosa, objetos relacionados con la vida claustral y documentos relacionados con la historia de la orden. Otro museo interesante es el de Arte Moderno, instalado en un antiguo hospital del siglo XIX. Posee una interesante sucesión de patios y jardines interiores, así como un molino de agua que data de los orígenes el edificio. Otro sitio inesperado es el Museo de la Esqueletología, llamado así porque en él el profesor Gabriel Moscoso reunió una colección de decenas de esqueletos de origen animal.

Es importante recorrer las calles cuencanas para apreciar la variedad de fachadas y sus muy pintorescos rincones. Abundan edificios coloniales, pero también algunos realizados en época de las corrientes arquitectónicas del Modernismo. De mucha vida son sus coloridos mercados donde se venden infinidad de productos locales desconocidos para los visitantes. El Mercado 10 de agosto, por ejemplo, posee dos plantas y secciones bien delimitadas para frutas y vegetales, carnes, granos, plantas medicinales y remedios sorprendentes, área para comer y sección de artículos de uso doméstico. Reinan aquí olores y sabores novedosos para quienes vienen de otros países. La Plaza de las Flores, precediendo el convento de las monjas de clausura mercedarias, es también un sitio pintoresco en donde se venden hermosas flores de la región y se toma una bebida a base de raíces y tubérculos que los cuencanos llaman pitimás.

De Cuenca son los famosos sombreros mal llamados "de Panamá" producidos de forma completamente artesanal por la firma Homero Ortega. Vale la pena visitar la empresa para entender el sofisticado proceso de elaboración de este valioso accesorio cuyo renombre ha llegado a todos los medios sociales del mundo.

Instalaciones hoteleras y excelentes restaurantes no faltan aquí. Entre los primeros probablemente el de mayor encanto es el Hotel Santa Lucía, instalado en una vieja casona de 1859, con gran patio central rodeado de balconaduras y galerías de maderas. El Hotel Alcázar es otra de las grandes instalaciones hoteleras con personalidad y encanto propios. En cuanto a la gastronomía, Tiestos es sin dudas la más conocida de las cocinas cuencanas. Su nombre recuerda los recipientes de barro en que se elaboran exquisitos platos locales como las diferentes especialidades de lomo que estimularán más de una papila gustativa. En otro registro más modesto, pero de excelente cocina local también y precios mucho más accesibles se encuentra el mesón Raymipampa, frente al parque Calderón. Los secos de chivo, arroces con camarones y locros (cremas típicamente ecuatorianas a base de maíz, papa y aguacate o de bolas de plátano) son deliciosos. El servicio, de extrema discreción y amabilidad.

Bajamos a la costa pacífica, a Guayaquil, donde pocos se aventuran en realidad. Se ven grupos de turistas llegar al aeropuerto, subir en el mismo autobús que nuestro operador turístico ha asignado y desaparecer luego, detrás de las rejas de un hotel familiar cerca del aeropuerto. Sólo pernoctan en Guayaquil sin tiempo para visitarle y con la intención de tomar al día siguiente un vuelo que los lleve al archipiélago de las Galápagos. Las guías de viajes dan mala publicidad a la ciudad y evocan la peligrosidad y la violencia como inconvenientes. Por otra partre,  Guayaquil no vive del turismo sino de su puerto, su actividad comercial incesante y de sus prósperas industrias.

Sin embargo, la ciudad no dejará indiferente a quien la visite. Su gente es cálida, espontánea y muy heterogénea. Olvidamos que estamos a orillas del Pacífico de tanto Caribe que se respira en su música, en las tradiciones, fiestas, bailes. Las fiestas del 31 de diciembre, por ejemplo, se preparan previamente y durante meses se fabrican monigotes y muñecones de cartón de todos los tamaños, formas y colores para quemarlos el día de Nochevieja. Los guayaquileños cumplen promesas cuando compran un monigote para quemarlo en medio de la calle o se dan gusto fabricando el propio para verlo partir en cenizas el último día del año.

De la misma manera que en Cuenca se debe subir al mirador del Turi para contemplar la topografía del sitio en que se erige la ciudad, los que visitan por vez primera Guayaquil deben recorrer a bordo del velero Henri Morgan el río Guayas, a todo lo largo del Malecón, desde el Palacio de Cristal hasta el puente de Durán. Ver la ciudad desde el ancho río nos permite entender la importancia de este puerto fluvial y las razones de su temprana fundación en el siglo XVI, así como su esplendor económico.

El Malecón era un área prácticamente inhóspita años atrás dado los altos índices de delincuencia. Hoy día, completamente separado de la avenida por una reja y con un policía casa diez metros es probablemente el área más segura de todo Ecuador. El paseo permite contemplar la grandeza del río Guayas, las fachadas neoclásicas del Ayuntamiento y edificios de gobierno, monumentos conmemorativos como el de los Libertadores o la Torre Morisca. También hacer compras en el centro comercial perfectamente integrado al paisaje fluvial. Un trencito turístico recorre sus dos kilómetros y medio, en caso de que no se desee caminar.

Guayaquil tiene un barrio antiguo que ha sido reconstruido a la medida de su carácter original. Se llama Cerro Santa Ana, ha sido urbanizado y lo coronan un faro y el fortín que le da nombre. Dicho cerro es la imagen de la ciudad y sus fachadas multicolores dan una nota alegre al agua siempre enlodada el río. Fue aquí donde en 1538, el conquistador Francisco de Orellana fundó la ciudad. La calle de Las Peñas, con casas de persianería a la francesa, aleros de maderas labradas, puertas ornamentadas y verjas coloniales reproduce perfectamente el ambiente de aquella incipiente colonia del siglo XVI. Del otro lado, se halla el Cerro del Carmen, también urbanizado, que se recomienda no visitar. Entre ambos la fachada rosada y blanca de la iglesia de Santo Domingo, la más antigua de Guayaquil, se integra perfectamente al ambiente colorido de esta parte de la ciudad.

El centro es un área comercial que durante la noche se ensombrece. Los negocios cierran y la gente regresa a sus casas. Muchos de los hoteles se hallan aquí y también la catedral de reciente factura, el Parque Seminario con árboles donde viven en libertad gran cantidad de iguanas, el Museo Histórico, la basílica de la Merced y los edificios de gobierno. Fuera del centro el Parque Histórico de Guayaquil es digno de visitar. Posee tres secciones: una silvestre (donde se halla el zoológico), otra urbana (que reproduce barrios de la ciudad en otros tempos) y una tercera llamada tradicional (referente al campo ecuatoriano y sus riquezas).

Las tradición culinaria de Guayaquil es significativa. Los manjares del mar y la abundante variedad de recetas, unido a la gran cantidad de restaurantes, fondas y cafeterías son visibles. Hay un constante ajetreo de los habitantes en torno a la mesa. Se come mucho, bueno y el día entero, nos dicen. Sin salir del centro se encuentran restaurantes de todo tipo. Desde una auténtica cantina popular como El Toro Asado hasta los más formales como La Parrilla del Ñato. El indicador común es la calidad de la comida y la asombrosa variedad. La heladería y frutería Las Tres Canastas, también en pleno centro, es un sitio ideal para probar la gran variedad de frutas, jugos y helados que consumen los guayaquileños.

La visita a estas dos ciudades que divergen y se complementan a la vez es imprescindible para conocer realmente el alma y la diversidad ecuatorianas. Justo por ser muy diferentes en casi todos los sentidos es que se hace imprescindible conocerlas a ambas. Cuenca y Guayaquil, después de una estancia en Quito, pueden ser el colofón de un viaje inolvidable por este pequeño país de la cordillera de los Andes.